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lunes, 26 de marzo de 2012

¿Educar para la vida?


Si en la entrada anterior –desde la cual ha pasado mucho más tiempo del que me gustaría- reivindicaba el buen uso de las palabras, en ésta me gustaría hacer lo propio con el de los números. Sí, esos entes extraños que a los que nos consideramos “de letras” nos dan tanto miedo. El anumerismo está totalmente generalizado porque no sufre el desprestigio social de otras formas de incultura. Nadie se extraña por utilizar la calculadora del móvil para hacer una sencilla división a la hora de pagar en un restaurante, aunque a nadie se le ocurriría pedir que le leyesen el menú porque se le ha olvidado leer –aunque tiempo al tiempo-. El maravilloso mundo de las nuevas tecnologías está para hacernos el día a día más bonito. El problema viene cuando los titulares de periódicos y telediarios nos bombardean con cifras y porcentajes que no llegamos a asimilar. Personalmente, todo lo que supere el centenar de unidades ya no lo digiere mi capacidad de abstracción y representación espacial. A vuestro favor diré que ésta es muy inferior a la media –en el momento que introduzco un pequeño cambio en mis recorridos habituales, ya me he perdido-. Quiero con esto decir que todos tenemos una cifra tope, a partir de la cual igual nos da que nos digan ocho que ochenta. Por eso, si nos dicen que en la manifestación de turno “solamente se concentraron 300.000 personas” pues pensamos que no fue ni el tato, porque el adverbio “solamente” ya está orientando y acotando la información. El caso es que como comenta Bernardo Marín en su reportaje “El anumerismo también es incultura”, 300.000 personas, a 60 por autobús, ocuparían 5.000 autobuses. Lo que ya parece otra cosa. A lo mejor el tato sí que fue. Y hasta se llevó a algún colega. Lo mismo ocurre con los porcentajes en titulares del tipo: “Las mujeres cobran un 27% menos que los hombres en España y un 15% menos en Europa”. Esto no significa que su salario sea menor en el mismo puesto de trabajo y en la misma empresa, sino que un mayor número de hombres accede a puestos de trabajo mejor remunerados
Toda esta chapa viene a cuento porque el otro día, en una clase de programación, cierto pedagogo en un arranque de innovación didáctica y pedagógica, de la del “aprender a aprender”, “aprender a ser”, “educar para la vida” y de todos estos eslóganes que cada vez suenan más a libro de autoayuda, llegó a cuestionar la utilidad de trabajar el análisis sintáctico con los alumnos. Su teoría se sustentaba en que el profesor de lengua debe enseñar al alumno a expresarse con corrección para garantizarle el éxito en su vida profesional posterior, pero para ello el alumno no necesita diferenciar teóricamente entre una subordinada adjetiva y una subordinada adverbial. Lo que necesita es saber construir una oración subordinada adjetiva y una oración subordinada adverbial a la hora de hablar. Tras quedarme unos instantes con cara de póquer ante la lógica aplastante  del aprendizaje constructivista, le recordé que el análisis sintáctico, al igual que las operaciones matemáticas, ejercitaban el pensamiento abstracto del alumno. A lo que él me contestó, literalmente: “en ese sentido tienes algo de razón, pero tendrás que ofrecer al alumno un contexto real en el que desarrollar su pensamiento abstracto”. Ignoro qué parte de “abstracto” no entendió.
Al tema, dejando de lado este ataque un tanto gratuito al sufrido colectivo de los pedagogos, creo que con esto de “educar para la vida” alguien nos la está colando. Más que nada porque cuando dicen “vida” están aludiendo a una sociedad fundamentada en un sistema capitalista que únicamente se alimenta de ciudadanos que deben limitarse a producir y consumir. Está muy bien lo de orientar la educación a la resolución de problemas reales y al éxito de su futura vida laboral. Pero lo que está todavía mejor es orientar la educación a que las nuevas generaciones desarrollen el espíritu crítico al que tanto beneficia esa capacidad de abstracción que nos ofrecen las operaciones matemáticas, el análisis sintáctico o todo aquello que refuerce el razonamiento lógico. En definitiva que no se limiten a desempeñar su función con éxito, sino que sean capaces de abstraerse lo suficiente para salirse del sistema que les viene dado, y pensar en otra “vida” que funcione un poco mejor.

lunes, 5 de marzo de 2012

Yo en esa clase hubiese cantado


Aunque no es la primera vez que la RAE se pronuncia con respecto a la cuestión de la extensión del uso del “femenino políticamente correcto”, esta vez, el informe de Ignacio Bosque parece que ha creado polémica y las respuestas no se han hecho esperar.
Las diferentes personalidades e instituciones que abogan por un cambio forzoso de determinados usos lingüísticos y han creado todo un negocio a partir de los manuales de “lenguaje no sexista”, parecen no darse cuenta de cómo funcionan las lenguas. Una cosa es que en el DRAE ya se acepte “almóndiga”, porque simplemente supone una reorganización de elementos. Se sustituye un fonema por otro y no conlleva ningún tipo de alteración en el sistema lingüístico. Así evolucionan las lenguas. Un término que en un principio se considera vulgarismo acaba por aceptarse como correcto por su popularización, porque un gran número de hablantes hace uso de esa palabra. Si no ocurriera, todavía hablaríamos latín -aunque igual nos iba mejor-.
Las lenguas cambian, y estos cambios están estrechamente relacionados con las circunstancias sociales de cada momento. Pero pretender provocar un cambio en el lenguaje de manera artificiosa, antinatural y, lo que es peor, sin ninguna necesidad, es un auténtico despropósito. En español, pese a quien pese, el género masculino es el no marcado, por lo que engloba tanto al femenino como al masculino. Diferenciemos entre sexo y género, por favor: el género solo es una cuestión gramatical, la violencia de género no existe,  a no ser que  el morfema de género masculino y el morfema de género femenino acaben dándose de hostias por enajenación lingüística transitoria –ahí me callo-. Las personas no tenemos género, sino sexo: hombre y mujer.
¿En serio a alguien le parece lógico utilizar seis palabras para decir lo que se puede decir con una?: “Los afectados, hombres y mujeres, recibirán una indemnización”, en lugar de decir “Los afectados recibirán una indemnización”; o “las personas que juegan al futbol” en lugar de “los futbolistas”. Considero que a cualquiera (y a cualquiero) cuya principal intención sea comunicarse le va a parecer un disparate. Ahora bien, si su intención es dificultar el proceso de descodificación de la información, va de lujo.
Inmaculada Montalbán (Presidenta de la Comisión de Igualdad del CGPJ), respondiendo al informe de Ignacio Bosque, parece querer rebatir sus argumentos y defender, así, esta locura redundante, ilustrándonos con el siguiente ejemplo que nos debería convencer por su lógica aplastante:
La profesora sustituta llegó a la clase de música de primaria y animosa exclamó: ‘Ahora vamos a cantar todos los niños’. La hija de mi amiga quedó callada como el resto de sus compañeras. No se dieron por aludidas. Su maestra de todos los días hablaba de niños y niñas.
Pues no, amiga Inmaculada, no me convences. En mi opinión es, precisamente “la maestra de todos los días”, quien está confundiendo a esas niñas que se sienten excluidas cuando se utiliza el masculino genérico para referirse a la totalidad del alumnado. Esta gran luchadora contra la discriminación de la mujer que enarbola la bandera de la duplicación del género, le está haciendo un flaco favor a la igualdad creando una conciencia de segregación entre sus alumnos (alumnos y alumnas) por cuestión de sexo. Les está inculcando unos valores pseudofeministas que nada van a conseguir en pro de los derechos reales de los ciudadanos, sino que los van a enfrentar contra todos aquellos que hablamos con arreglo a la evolución natural de la lengua. Con respeto y sin cursilería. Sino acabaremos llegando al sinsentido de algunas feministas de lengua inglesa que rehúsan utilizar el término history porque incluye el posesivo masculino his, sustituyéndolo por herstory. ¿Atentado etimológico? ¿Histeria absurda?
No sé si la proliferación de este tipo de manuales, y la consiguiente generalización de esta –quiero pensar- moda pasajera, responde a un intento por aparentar ser más progres; a una artificio para que se subvencione con dinero público los delirios de investigación lingüística de unos pocos, o a la perversa intención de desconcertar a las nuevas generaciones. Lo que sí sé es que lenguaje y pensamiento están estrechamente relacionados. Si consiguen imponer la unificación de algo tan variado y característico como es el habla individual, perderemos parte de nuestra identidad, de nuestras matizaciones personales… En definitiva, acabaremos pensando a través de las palabras de otros.


 http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/02/actualidad/1330717685_771121.html
 http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/04/actualidad/1330896843_065369.html